M'estic enamorant d'una ciutat que només he vist en el seu punt àlgid, així que és un amor fràgil, probablement superficial, i en risc de morir d'aquí menys de 24 hores, quan es pronostica cels encapotats durant dies. El núvols ja s'alcen a l'horitzó just quan buscava, per curiositat, feines per aquí (no m'ho plantejo seriosament, però part de mi somnia moltes vegades amb tots els escenaris possibles).
No tinc gaire temps per escriure aquests dies (o si més no, estic intentant dedicar el meu temps a allò que representa que hauria de fer) així que he decidit deixar algunes escenes per aquí de l'antiga novel·la que estava escrivint, que algun dia desitjo poder acabar.
Aquí tens:
Capítulo 11
Resultó ser una tarea fácil ya que a esas alturas de
desorden casi nada tenía un lugar fijo, y Briana se encargó de organizarlo todo
un poco con la supervisión de Oliver. Aunque se le veía satisfecho, también
estaba nervioso y todo el rato dirigía miradas hacia el escritorio. Se notaba
que no quería realizar esa labor en aquel momento.
- Oye, Oliver... – dijo
Briana tras que el hombre mirase por enésima vez el dichoso escritorio – Si lo
prefieres, puedo acabarlo yo. Casi todo tiene un sitio y puedo ir colocándolo.
- ¿Quieres decir?
Pero...– se rascó la mejilla, otra vez, mirándola a ella y a toda la estancia.
Pero al pasar la mirada por el escritorio se olvidó de lo que iba a decir y se
encaminó hacia él embelesado.
Ella sacudió la cabeza, barajando la posibiliad de que
Oliver simplemente estuviese un poco ido. Con un suspiro, se volvió a trenzar
su cabello claro y se lo anudó fuerte para que al limpiar no le molestase.
Entonces se puso manos a la obra.
Tenía que dividirlo todo entre el taller y la armería,
y en el taller, en los miles de cajones que tenía la gran estantería que, como
Oliver había recalcado con orgullo, él mismo había construido. Era tan alta que
apenas llegaba al primer cajón, y encima de ese libros y libros se amontonaban.
Pero tras haberlo separado todo, fue sencillo. Espadas y cuchillos en la
armería. Piezas metálicas en el primer cajón de la derecha, y las de madera al
de la izquierda. La cuerda y el cuero, organizados por tamaño y color, en la
segunda fila de cajones. El poco hierro que poseía lo guardaba celosamente en
un cajón cerrado con llave que no guardaba ninguna lógica en la organización de
todo lo demás. Flechas, arcos, poleas, en la armería. Un plato con restos de
estofado, para disgusto de Briana, en la cocina. Pieles y telas, en la tercera
fila... El inconveniente es que así no podía conseguir sacarle nada sobre
dragones al hombre.
Y así pasó horas y horas hasta que sus tripas rugieron
tan fuerte que llegó a los oídos de Oliver.
- ¿Te apetece un poco de estofado de ciervo? – le
preguntó con voz afable.
Inmediatamente el estómago de Briana se cerró en
banda, pero no quería ofenderle, así que con una sonrisa temblorosa asintió.
Se sentó junto a él drente a la chimenea, que estaba
apagada, a pesar de que hacía bastante frío, y procedió a probar el sospechoso
estofado. Resultó no ser tan espantoso como esperaba, aunque quizá fuera debido
al hambre que tenía.
Tras cinco minutos de silencio se armó de valor para
preguntarle de nuevo sobre el ajedrez.
- ¿Cómo va el ajedrez? ¿Es lo que estabas haciendo
antes?
La expresión del hombre se suavizó al instante. Se
pasó un trapo por la poblada barba y dio un trago de su bebida antes de
contestar con aire misterioso.
- Exactamente, jovencita. ¡Veo el final muy próximo!
Tan solo unos detalles en el tablero y un par de figuras, y listo.
- ¿Todas las piezas son dragones? – preguntó con
auténtica curiosidad. Se había dado cuenta de que a pesar de que todo el mundo
sabía que Oliver estaba creando un ajedrez, nadie sabía cómo era.
- Eso es un secreto. Ya os enseñé una pieza, ¡no puedo
revelar toda mi obra maestra! – aún así, ella notó que el hombre estaba deseoso
de contarlo. Así que se le ocurrió una idea.
- Oye, Oliver. ¿Tienes algún tablero más?
- Por supuesto. ¿Por qué?
- ¿Me podrías enseñar a jugar?
Oliver pestañeó varias veces y se quedó con la boca
ligeramente entreabierta. Ella jugó con la trenza de su pelo, nerviosa. Estaba
convencida de que en cualquier momento él se daría cuenta de lo que tramaba, y
la echaría, acabando con cualquier posibilidad de aprender sobre los dragones.
O peor aún: que le dijese que era demasiado pequeña y no sería capaz. Eso era
lo que más odiaba, que la infravalorasen.
- Esto... – dijo al fin el hombre. Carraspeó y se
volvió a rascar la cabeza. Briana estaba a punto de salir corriendo del taller
cuando prosiguió – ¡Es una fantástica idea! ¿Quién sino competirá contra mí cuando
haya acabado mi obra maestra? ¡Eres una genio!
Se levantó con entusiasmo, dejando a Briana
estupefacta. Se dirigió hacia el taller, tarareando una melodia alegre y se
puso a revolver sus cosas en busca de algo, justo la parte que ella ya había
ordenado, pero estaba demasiado contenta para molestarse.
Tras unos segundos más de búsqueda, Oliver exclamó un
entusiasmado “¡Aquí estás!” y volvió corriendo al banco junto a ella.
- Este fue el primer juego de ajedrez que tuve, a los
diez años. Me lo construyó mi abuelo, que fue quien me enseñó a jugar.
Se trataba de un sencillo tablero de madera, con
piezas elaboradas con detalles, però ninguna un dragón. Su entusiasmo se enfrió
un poco, pero ya sabía que no iba a ser fácil.
- El tablero se coloca con la última casilla negra a
tu izquierda; los peones, en la segunda fila, las torres en los extremos....
Se sumergió en las explicaciones de Oliver, dispuesta
a conseguir lo que quería.
Fin parte 1 capítulo 11.
Fins demà!
Maraya
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