divendres, 20 de gener del 2023

Aurora, Dakini, la serp i la poma

Aquest conte el vaig escriure per un exercici del curs d'escriptura. Un exercici del qual no recordo les premises, però sí recordo quina era la meva intenció amb el conte. En part, volia jugar amb el misteri i la tensió, i escriure quelcom diferent al que normalment escrivia. Tot i així, he oblidat quin era l'idioma que vaig utilitzar per les frases finals, i tot i que sé què volia dir, no sé què dic. He intentat descobrir quina llengua és, i he fracassat, i ara em trobo en que ni tant sols jo puc entendre part del meu conte. Fascinant! A llegir s'ha dit.  

"Si a Aurora le hubiesen preguntado días antes, hubiese puesto la mano en el fuego afirmando que Dakini era una niña tranquila, dócil, muy obediente y que evitaba a toda costa ponerse en problemas. Pero aquella mañana había recibido una llamada un tanto desconcertante: Dakini, la dulce y adorada niña de rizos oscuros había quemado el establo de su padre.

«Los vecinos denunciaron una pelea a gritos por la madrugada», le había dicho la policía al cargo, «Cuando llegamos, la niña salía llena de hollín del establo en llamas»

Su padre había enloquecido y se había abalanzado sobre ella, con los ojos desorbitados. Tuvieron que contenerlo dos personas más, entre ellas el hermano mayor de Dakini, mientras se llevaban a la niña, que no había hablado en ningún momento, y prácticamente no había dado señales de darse cuenta de lo sucedido. 

Y como psicopedagoga de contacto, la habían llamado a ella. 

Aurora se había encargado de acompañar a Dakini en su proceso de adaptación al colegio del pueblo. Dakini, nacida en Nepal, había llegado a través de servicios sociales a su pueblecito en medio del Pirineo, y al cabo de un año, fue evidente que la niña tenía dificultades para seguir las clases. 

Lo primero que le dijeron las profesoras fue que era una niña encantadora, que nunca les daba problemas, y parecía entender todo el contenido en las clases, pero al final de la semana, cuando les hacían los tests, jamás acertaba nada. A Aurora aquello no le parecía especialmente extraño, puesto que al final era del parecer que aprender y los resultados en los exámenes no siempre iban de la mano. Pero fue lo segundo que le comentaron, lo que le llamó la atención: “No habla” había dicho una profesora tras pensarlo unos segundos, con voz extrañada, “No recuerdo haber escuchado su voz nunca. En el patio, juega con tronquitos y cosas de estas. En general, no juega con los demás niños y niñas”.

Y eso llamó la atención de Aurora. La primera sesión que tuvo con ella, estuvo toda la hora formulando preguntas sin respuesta. Dakini le sonreía de vez en cuando, a veces asentía, pero en general, a pesar de que era evidente que la entendía, tampoco le prestaba mucha atención. Era como si Aurora no fuera de su interés. 

Pero ella, cabezota desde que nació, no se iba a dar por vencida. En la segunda sesión, decidió cambiar de estrategia. Se trajo consigo un repertorio de ramitas, piñas y piedras, así como bayas de invierno, y se pasaron la hora jugando juntas con todo. Había decidido que quizás podría acercarse a ella desde otro ángulo que no fuesen las palabras. Esta vez, mantuvo durante todo el rato la atención de Dakini a lo que hacía. 

Se fijó durante los siguientes días que Dakini tendía a hacer montoncitos de ramas, luego piedras, y luego piñas, siempre en este orden. Cuando acababa, suspiraba y tiraba las pilas, como frustrada. Así que Aurora empezó a hacer lo mismo, para intentar comprenderla.

Pero no podía dedicarse únicamente a jugar con ella. En una de las siguientes sesiones, estuvo toda la hora contándole historias del pueblo, aquellas que a ella le habían contado de pequeña, mientras seguían jugando con los palitos y piedritas. La del origen del río, de la primera piedra del pueblo, de cómo se conocieron sus padres en el baile de fiesta mayor, la de las profundidades del bosque y la leyenda de los niños que se habían perdido allí. 

Justo en ese cuento, Dakini había parado de hacer montones, y la había mirado con un brillo muy intenso en los ojos. Pensó que quizá le gustaran las historias de miedo, pero cuando a la siguiente vez le contó la historia del calamar gigante del lago, que aterrorizaba a los bañistas, ni se inmutó. 

Descubrió entonces que era el bosque lo que la llamaba. Le contó historias sobre los animales de la montaña, como se formaron estas, como la niebla cubría el espesor del bosque los días de otoño. 

Dakini pronto dejó de jugar, y se limitó a escucharla con atención. Para Aurora, aquello era un gran progreso. 

Pero pronto se acababa el curso, y con él, las sesiones con Dakini. No se había dado cuenta de lo rápido que habían pasado los meses, y se sentía consternada y abatida ante la idea de no volver a verla en todo el verano. Así que decidió que la última sesión tenía que ser especial.

La llevó a pasear, con el permiso de su familia, por la Cascada Helada, una caminata muy sencilla y hermosa que se adentraba en el bosque. Durante el trayecto siguieron su ritual habitual en el que Aurora le contaba historias, y Dakini la escuchaba con atención. 

Al llegar a la cascada, Aurora sacó de su mochila dos manzanas rojas y un termo de infusión, aún caliente. A la orilla del pequeño lago, comieron tranquilamente mientras el agua corría. De vez en cuando oían el fris-fris de los animales correteando o el cantar de algún pájaro alegre. 

Aurora sintió un pinchazo. 

- ¡Ay!

Se llevó la mano al pecho, y vio que tenía dos pequeñas marcas de sangre. Una pequeña serpiente se había acercado valerosa hasta ellas. Aurora se mareó un poco, y la vista se le ensombreció ligeramente. Después, como si no fuese dueña de su cuerpo, cogió una piedra grande y plana, con la mano sana y se levantó con dificultad. Alzó la mano más allá de su cabeza, y la dejó caer con fuerza sobre la pequeña serpiente, que correteaba hacia el bosque de nuevo. Eso repitió dos veces hasta que la serpiente dejó de moverse. 

Un zumbido hizo que volviera lentamente en sí, y se dio cuenta de que el zumbido no lo era, era Dakini gritando. Pensó que era una pena que la primera vez que oyese su voz fuese un grito, y también que era una voz mucho más ronca y grave de lo que atribuiría a una niña pequeña. 

Aquel día acabó, en cuanto a su relación, peor que había empezado. Dakini dejó de hablar y prestarle atención, y no se volverían a ver, en principio, hasta septiembre. Pero justo seis días después del incidente, la policía la había llamado. 

Dejó la bicicleta encadenada a la farola enfrente a la comisaría, y entró corriendo. La primera persona que se encontró fue al padre. “¡Es tu maldita culpa!”, le gritó “¡No te acerques a ella!” 

Sin embargo, la hicieron pasar a una sala anexa a la que estaba Dakini, puesto que, a regañadientes, el padre había admitido que Aurora había conseguido que al menos, prestara atención a lo que le dijera. 

Aurora podía ver a Dakini a través de un cristal opaco por el otro lado. “Está murmurando, desde hace rato, pero no entendemos lo que dice”, le dijo la policía. Y apretó un botón para que Aurora oyera lo que decía. 

- Sarpa ra syā'u, Sarpa ra syā'u, Sarpa ra syā'u….- su voz seguía siendo inusualmente grave, como si proviniese de las profundidades de la tierra.

Aurora restó en silencio. Pidió que la dejaran entrar.

Se deslizó al interior de la habitación sin hacer ruido, pero Dakini se giró al instante. Empezó a temblar, los ojos se le agrandaron. 

Aurora se sentó frente a ella, y dejó que el temor serpenteara por su rostro.

-¿Qué es lo siguiente que haremos, Dakini? 

- Tapā'īṁ śaitāna hō

Aurora sonrió, y le ofreció una brillante manzana carmesí, como la sangre."



Amb amor, 
Maraya

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