dijous, 15 de desembre del 2022

El nacimiento de Titian

Catalina subió la escalinata que daba a la muralla del este, pasó cerca del joven al que relevaba sin dirigirle la palabra y se detuvo a poca distancia del muro. Observó el límpido y oscuro cielo con determinación y apagó la antorcha de la pared. La rutina de aquellos movimientos le recordaron por un momento al pasado, cuando ella era Catalina de la casa Polvo, la mejor guerrera de Titian.

Pero Catalina tenía un problema:

Por primera vez, formar parte de la dinastía Polvo no era un signo de distinción, sino de vergüenza. Todo fue culpa del incidente que envolvió a Catalina con un tesoro que prometía grandes riquezas y  resultó ser un gran arcón vacío y a lo desafortunado de su apellido. El temible pirata Qabid se le había adelantado, dejándola en evidencia, pues había destinado gran parte del presupuesto real en aquel cometido y había jurado y perjurado (así como alardeado del gran ascenso que tendría) que aquel tesoro sería el mayor que habrían conseguido en más de cien años.

A partir de ese momento, Catalina de la casa Polvo, pasó a ser simplemente la “Caza-fantasías”, “Caza-aire”, o el favorito de todos, “Caza-polvo”. Era el hazmerreír de toda la guardia de Titian, y se había forjado esas burlas a pulso, puesto que en su momento no había dudado en ridiculizar a los demás de manera altanera por no pertenecer a la dinastía Polvo o no haber sido destinados a aquella misión. Y después tuvo que tragarse sus propias palabras.

Sin embargo, hoy finalizaría su agonía.

Se había asegurado de coger el turno de bien entrada la noche, porque había menos guardias en la muralla. Des de aquel ángulo podía ver las luces de la ciudad y el puerto, los reflejos brillantes de la luna sobre el oceáno. Finalmente logró visualizar su objetivo: una pequeña mancha oscura en el mar, alejada de la costa, con estucturas alargadas y ondeantes. Un barco, en concreto, el barco del estúpido pirata Qabid.

Este se encontraba en la ciudad invitado por la misma gobernadora, hecho que la enfurecía sobremanera. Una risa maníaca surgió de lo más hondo de su ser mientras retiraba la sábana que cubría el cañón del este. Ya saboreaba el regocijo de antemano, el placer de hundir su barco y de achacarlo a un accidente. No le pasaba por la cabeza que pudieran sospechar de ella; en aquel momento no pensaba con claridad.

Así que limpió con gran esmero y tenacidad el cañón, colocó la pólvora y la munición con un atacador y por último, con la delicadeza y destreza de quien ya lo ha hecho muchas veces, preparó y encendió el botafuego, dispuesta a detonarlo. 

Todo estaba preparado, listo y en orden.

Un gato parduzco se deslizaba con elegancia por el muro, atraído por la risa profunda de Catalina,  ajena a él. El joven del turno anterior había olvidado una botella de licor pestilente a la que el gato se enroscó y restregó a ella, hasta que consiguió tirar del muro como cualquier gato que se precie desea hacer con los objetos frágiles, justo en el momento en que Catalina se disponía a orientar el cañón. La botella le cayó encima, sobresaltándola, y sin querer detonó el cañón, que produjo un estruendo y la arrojó al suelo. 

Catalina se levantó presa del pánico, y vio con horror que la bala no había dado, ni de lejos, al barco, pero sí había conseguido despertar el interés de sus compañeros de turno.

Iventándose excusas sobre porqué estaba preparado el cañón, y culpando al gato del disparo accidental, Catalina logró escapar de aquella contienda. Y des de entonces, se resignó a ser la “Caza-polvo” en lugar de dar pie a nuevos y desagradables motes.



Aviat tornaré a la constància! Amb amor, Maraya

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