Un conte del confinament:
La quietud más deliciosa se encuentra en aquellos momentos donde la solitud se convierte en un tesoro, donde la mente forma conexiones hacia un único propósito, donde la abstracción es tal que hasta el constante no-silencio que nos persigue, desaparece.
Y
ese momento lo encuentro en el placer de doblar a la perfección las páginas del
papel, en el gozo que me da el fruncir de mis manos al plegar las esquinas, las
caras, y crear algo nuevo.
En
esos momentos mi postura, mi mente y mi hacer se asemejan a una orquestra
acompasada que deleita el oído: los violines entonan llantos melódicos, los
bajos retumban en el corazón de los oyentes y una tímida flauta se abre paso,
humildemente, entre semejante despliegue de armonías.
De
golpe alguien desafina. Me quedo atascada en un pliegue final perezoso y
caprichoso que no quiere dejarse manejar por mis manos, que se confunden un
momento.
Pero
la magia de una orquesta es que es acompañada, por los demás instrumentos, pero
también por la emoción del momento. Así que después de un breve – pero crítico
– instante de inseguridad, el papel se doblega ante mí y encarna la hermosa
figura de un lobo. De papel oscuro y corazón tierno.
Me
levanto de la mesa, el silencio ya no sigue ahí. Tomo el pequeño, delicado y
feroz lobo entre mis manos y me dirijo a la estantería, a la altura de mi
medalla del concurso de origami. La tercera, siempre, y entre mis libros
favoritos, Orgullo y Prejuicio y La mecánica del corazón. Ahí se encuentra el
carpesano que contiene mi gran colección de conciertos de orquestra en formato
papel.
Amb una mica de ressaca, Maraya
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