dimarts, 30 de desembre del 2014

4. El dragón chino de Chinatown - Cuentos para Guewen

Este relato surgió cuando estaba en el barrio chino de Paris, un día 2 de febrero, días en los que se celebra el año nuevo chino. Estaba comiendo en un restaurante vietnamita cuando empezaron a aparecer personas disfrazadas de perros chinos de colores chillones y de pronto me vi inmersa en un espectáculo de año nuevo que no esperaba y del que guardo un recuerdo muy especial.

¡A leer se ha dicho!

El dragón chino de Chinatown

Cuenta la leyenda que el dragón Qi-Leng vivía en el norte de china y era el encargado crear las nieblas que ayudaban a los pueblerinos de la zona a escapar de los cuchillos de sus enemigos como también de disiparlas cuando alguien no encontraba el camino a casa. Sin embargo, Qi-Leng era joven y propenso al aburrimiento. Envidiaba el trabajo de otros dragones mayores que él, que producían tormentas gigantescas y cascadas altísimas y bellas. Él quería hacer algo más que crear y disipar vapor, pero había nacido solo con esas dos capacidades, así que se entrenenía confundiendo a los hombres y mujeres que venían del bosque creando formas espectrales con el agua condensada. Pronto los dragones más sabios notaron sus travesuras y decidieron que lo mejor que podía hacer Qi-Leng era trasladarse a la zona más sureña del continente, donde los humanos no podían ser estorbados y no había más distracción que algunos campos brillantes y salvajes que ocupaban millas de terreno. Qi-Leng se enfureció y arrasó quilómetros del nuevo lugar donde le habían destinado. Antes de que pudieran echarrlo de China, Qi-Leng se marchó cruzando el enorme oceáno azul que ningún dragón había sobrevolado. Durante meses voló sin fuerzas ni esperanza alguna de encontrar tierra firme, pero siendo immortal, incapaz de morir. Hasta que un día de invierno de un año indefinido, divisó en la distancia una isla en la que ningún dragón reinaba. Unos cuantos humanos estaban creando algo precioso, una ciudad de piedra y cimiento llamada Nueva York. Observó a los humanos con recelo, pensando que había encontrado nuevos pueblerinos chinos que le echarían. Pero nadie parecía advertir su presencia, ni siquiera los que provenían de su tierra natal. Qi-Leng se dió cuenta de que en los años que había pasado en el mar, los humanos que creían en los dioses dragones se habían extinguido y que por consiguiente, él no existía en su cultura. Al principio una sensación de desazón se apoderó de su cuerpo escamado, pero otra mucho más fuerte se abrió paso entre sus venas de dragón: la libertad. Era, por fin, libre de hacer lo que quisiera con la niebla porque ningún otro dragón estaría ahí para reprocharselo. Pensó, regodeándose, que quizá esos humanos no conocerían jamás su nombre. Pero conocerían su esencia en forma de niebla.

Un estallido se oyó y todos los niños y niñas que rodeaban a la anciana se levantaron corriendo entre chillidos.

- ¡Nico! ¡Lo has vuelto a hacer!

Nico se acercó a la pólvora que quedaba del petardo, recogió el material explosivo y se levantó riendo como lo que era. Un niño entusiasmado.

- Tenía la sensación que la historia se estaba volviendo aburrida y necesitaba un poco de, ya sabéis,-dijo alzando las cejas- chispa.

Varios pequeños se rieron de él y otros tantos le miraron despectivamente.

-No es cualquier historia, -prosiguió la mujer anciana Li Mei. Todos volvieron a sentarse esperando la continuación. Nico la miró molesto por haberle arrebatado su momento de protagonismo - es una parte de la historia de nuestra cultura.

-¿Es verdad que son capaces de camuflarse? ¿Cómo un gusano de seda? -murmuró una voz infantil.

- Los reyes dragones chinos eran los gobernantes del agua en movimiento, como el mar, las cascadas y los ríos. Por eso podían convertir su cuerpo en diminutas gotas de manera que su transparencia les permetía camuflarse.

-Yo he oído que pueden hacerse tan grandes como el universo.-dijo otra.

La anciana abrió la boca para contestar, pero Nico la interrumpió antes de que pudiera decir nada.

-Tonterías. Si todos los dragones que se supone que existen pudieran hacerse tan grandes como el universo, no caberían todos juntos. Y además, si se podían camuflar, ¿porqué Qi-Leng no se disimulaba con el paisaje para evitar las broncas de los dragones viejos? ¿No existen, entonces, dragones del fuego, los volcanes y el calor?

-Los dragones son seres del agua, no del fuego - le contestó una niña con voz de sabionda.

-¿Sabéis qué? -dijo Nico ignorándola- Yo creo que Qi-Leng no existió, porque si nadie sabía que estaba en Nueva York, ¿cómo lo sabemos nosotros ahora?

Un niño rompió a llorar y algunos de los demás contenieron el aire mientras Nico hablaba. Él miró triunfante a Li Mei, pero ella solo le sonreía.

-Muy buena pregunta, Nico. Supongo que no todos se habían olvidado de Qi-Leng y hubo alguien una vez que tuvo el corazón abierto a toda creencia que pudo verle merodeando por el Barrio Chino.

-¿Y porqué yo no le he visto nunca?

-Quizá porque no crees que puedas hacerlo -argumentó ella.

Nico parpadeó varias veces, confuso. Se sentó en el círculo alrededor de Li Mei, con los ojos bien abiertos. Si se podía ver un dragón en Nueva York, él iba a ser el primero.

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