dimecres, 19 de novembre del 2014

Tay ¿Cómo empezó todo? Primera parte

Tay y Guewen 

Tay
Intentaba mantener los ojos abiertos y fingir que le importaba la clase, pero sus párpados caían con la gravedad sin que ella pudiese evitarlo. 
Odiaba la Biología. Le parecía una materia insulsa y carente de interés, una distracción de lo que realmente quería hacer en la vida. El problema es que no sabía que haría de mayor. Le había dado vueltas y más vueltas, había aceptado consejos de toda clase de gente que creían saber lo adecuado para ella. Pero estaba segura de una cosa: no sería bióloga.
Sin embargo, ahí seguía, soportando los discursos interminables de la profesora al borde de la muerte. 
Resopló con aburrimiento. Apoyó la cabeza en su puño y miró entrecerrando los ojos toda la clase. Las paredes blancas la asfixiaban y la gente en los pupitres delante de ella había adquirido la curiosa costumbre de hablar por los codos y reír sin razón, cosa que crispaba los nervios de Tay.
Agradecía que la mesa contigua a la suya siguiera igual de vacía que el primer día. Había momentos, raras veces, en los que un rastro de soledad se instalaba en su piel, tan tenue y ligero que casi podía ignorarlo. En esos instantes apoyaba la frente en la mesa y dejaba que las palabras del profesor entraran en su cerebro y se marcharan sin haberlas logrado retener.
Pensar en eso la llenaba de una extraña sensación que se podría haber catalogado como tristeza. Sin embargo, lo notaba como si no le sucediese a ella. Su cuerpo estaba dividido en dos partes, la persona a la que todo el mundo hablaba y la persona que hablaba con ella misma. No pensaban igual, pero compartían los sentidos y el cuerpo, y a menudo la segunda se desentendía de la primera porque las sensaciones no las vivía como algo personal.
Tay se había esforzado por reprimir su yo más débil.
La primera Tay cerró los ojos preguntándose si no debería estar loca. La segunda Tay le obligó a abrirlos y le confirmó que lo estaba. 

- Guewen, siéntate en el pupitre que está junto a Tay. 

Sus oídos no procesaron la frase hasta que veinte pares de ojos curiosos se dirigieron hacia ella. Guewen recogía los libros lentamente impacientando a la profesora. Y también a ella. ¿Por qué tenía que sentarse a su lado? ¿Qué había hecho mal ella? Por un momento sus dos mitades miraron con los mismos ojos y sintieron con la misma fuerza los nervios correr en su sangre. Entonces recordó porque estaba tan intranquila.


Con cariño, Maraya

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