dimarts, 18 de novembre del 2014

3. Mo - Cuentos para Guewen

Este cuento - a pesar de que yo lo consideraría escena - es fruto de un sueño, unos deberes y una confusión. El personaje principal, Mo, sale de un sueño; en el curso de escritura que hago me pidieron una escena hecha en una biblioteca y pensando en esta escena se me cruzaron los cables y pensé que la biblioteca de Avatar: La leyenda de Aang era la biblioteca destruída de Alejandría. Terrible confusión que dio luz a este cuento.
Mo sigue apareciéndose en mis historias después de este cuento. Es fruto de un sueño que tuve en el que se me presentó exactamente como es y con este nombre, así que no lo cambie. En la historia que aparece después, ha crecido, pero sigue siendo la misma chica.
¡A leer se ha dicho!

Mo
La sangre brotaba de su dedo despacio, con la lentitud de las gotas de aceite. Se lo miró con curiosidad a pesar de que todo estaba oscuro. Sangrar, algo nuevo para ella. La puerta que había abierto era de madera maciza, oscura, barnizada hace años. Una astilla se le había clavado en el dedo cuando intentó forzar la entrada y el dolor la había apartado por unos momentos de la increíble vista que tenía delante. Hileras e hileras de estanterías repletas de libros hasta el techo, cinco metros más arriba. Todo sería invisible para ella si no hubiese convivido con esa oscuridad durante años. Una ráfaga de viento le produjo un escalofrío.

Saber que estaba a metros bajo tierra, y el desierto la rodeaba, no la tranquilizaba. Con delicadeza sus pies se movieron. Se apresuró y empezó a correr, presa del pánico, por pasillos sinuosos, infinitos, cárceles de libros. Paró en seco y volvió a notar la brisa suave por sus brazos desnudos. No notaba el frío. Su temperatura corporal era la misma que la de la biblioteca, la misma desde hacía dieciséis años. Sin embargo esta vez, se le erizó la piel. Había percibido un leve cambio de temperatura entre el aire en movimiento y el ambiente. Sabía que no era posible, ya que había comprobado que en todas las estancias sentía el mismo calor inexistente. ¿Podrían ser imaginaciones suyas? No había podido evitar percatarse de las semejanzas entre lo que había observado y la respiración de una persona. Se obligó a no ponerse nerviosa. Aun así, sentía que algo la observaba, que no estaba sola entre los muros de aquel lugar. Que la muerte la esperaba en las profundidades de la tierra.


Alargó el brazo hacia la estantería más cercana que tenía. Pasó sus largos y finos dedos por encima de los títulos de libros prohibidos, privados para ella. Al fin había conseguido atravesar las paredes de aquella sala que la había intrigado desde que podía recordar. Descifraría los secretos que la biblioteca le escondía, comprendería el porqué de su confinamiento. Sus dedos se posaron en un minúsculo libro de tapas negras repleto de polvo. Su interior saltó con alegría. Parecía que el libro y ella se reencontrasen, sin haberse encontrado por primera vez. Cerró su mano alrededor del pequeño tomo, y buscó en la portada algo que le ayudara a entender que había dentro. Nunca había tocado un libro, pero sabía leer. Nunca había conversado con nadie, pero sabía hablar. 

-Mío.

Las palabras aparecieron solas de su boca. Porque el libro era suyo, ahora lo comprendía. Porque quizás nunca lo había visto, ni había oído hablar de él, pero en lo recóndito de su mente lo reconocía, y no quería volverlo a dejar nunca.

Le provocaba una sensación agradable, cálida, que una vez experimentada no quería dejar de sentirla. Esbozó una media sonrisa, tapada un poco por su rebelde cabello rubio, que jamás había peinado. Cerró sus ojos y pasó la yema de sus dedos entre las hojas. Se lo acercó a la nariz sin mirarlo todavía, disfrutando de las sensaciones que el viejo libro despertaba en ella. Olía a pergamino viejo, polvo, antigüedad, años de cautiverio. Olía a ella, esperanza mezclada con resignación, miedo con un poco de valentía. 

Finalmente abrió los ojos. Las letras estaban escritas a mano. Eran estilizadas, de tinta negra, con un toque de informalidad. Pasó páginas y descubrió que solo había un párrafo escrito. Volvió a fijarse en la portada, pero no había nada que indicase su procedencia. Leyó tan solo la primera frase.

“La sangre brotaba de su dedo pausadamente, con la lentitud de la gotas de aceite. Corrió entre los pasillos de libros y paró en seco delante de una estantería. Pasó los dedos por los tomos de los libros prohibidos. Cogió el libro que le pertenecía, el que siempre había sido suyo. Esbozó una sonrisa tapada por mechones del pelo rubio alborotado. Abrió las páginas del libro, y detrás suyo Él pronunció su nombre.”

-Mo. – Sintió como se le helaba la sangre en las venas. No podía ser que la hubiese encontrado, no tan pronto. No podía ser que después de todos sus esfuerzos, volviese a la vida de esclavitud que llevaba. Necesitaba saber cómo era el sol, verlo, tal vez de nuevo. No cabía en su mente que hubiese nacido allí. Giró lentamente, el libro resbaló de sus manos. El golpe sordo que produjo al caerse al suelo la asustó, pero no tanto como notar la mirada gélida de Él en ella. Él sonrió de lado, glacial. Mo notó otra ráfaga de viento cálido antes de cerrar los ojos. Gritó, pero nunca jamás la oyó nadie.

Con cariño, Maraya

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