dissabte, 11 d’octubre del 2014

2. Sueños, Tercera Parte - Cuentos para Guewen

Creo que partir este cuento en más partes es un abuso, así que publicaré el resto directamente en esta. Así tendré que buscarme la vida para escribir otro nuevo, pero el miércoles que viene empiezo el curso de escritura y espero que se vea reflejado en la no continuidad de mis publicaciones.
Ya lo dejo ya... ¡A leer se ha dicho!

Sueños, Tercera Parte (y última)


El chico asintió y se quedó en silencio. Ashlynn se colocó la máscara y se miró en el reflejo de las copas de oro y plata. No le tapaba ni la mitad de la cara, y aún así se la reconocía. El chico no hizo ademán de irse ni de moverse, pero tampoco parecía muy cómodo. Ashlynn, por su parte, quería alejarse de allí cuanto antes, porque no le gustaba conocer a los invitados de su padre. Impaciente, se dio media vuelta, pero una mano la cogió por la muñeca impidiéndole la huida.

- ¿Cómo se llama?- su voz le resultó extrañamente familiar, como si fuera un antiguo conocido que no veía desde hacía mucho, como si fuese alguien que había olvidado.

- Ashlynn Nuée. ¿Y usted?

- Dunkel Rui – la orquestra empezó a tocar una melodía agradable, melodiosa, y la gente empezó a bailar en el medio del salón -. ¿Me concede este baile? –dijo Dunkel tendiéndole la mano.

Ashlynn no sabía cómo librarse de Dunkel. Era descortés rechazar una petición de un invitado de su padre, y si al menos fuese viejo y arrugado tendría alguna excusa. De mala gana, aceptó cogiéndole la mano.
Dunkel la llevó hasta el centro de la pista y con la mano libre le cogió la cintura. Los criados encendieron las antorchas, que dieron un aire fantasmagórico y naranja a la sala. Ashlynn maldijo a su profesora de baile, porque no podía fingir no saber bailar y pisarle los pies “por accidente”. Debía reconocer que Dunkel sabía dónde poner los pies, pero no era mejor compañía que ninguno de los demás invitados. La mano que tenía en su hombro estaba tensa y rígida, y la que le cogía la mano estaba allí solo porque él no la dejaba ir. Cuando vio a su padre entrar por las puertas dobles del comedor murmuró una sencilla disculpa y corrió hasta estar enfrente del rey.

- ¡Papá! ¿Empieza ya el banquete?- el gran hombre rió y su barba blanca tembló.

- ¡Ashlynn! ¿Qué son estas maneras? Correr entre los asistentes, con el pelo revoloteando por ahí…-el rey le pasó una mano por la cabeza, alborotándole el cabello - Ahora empieza. Un poco de paciencia.

Ashlynn hizo una mueca y fue a sentarse a la gran mesa. Tenía que esperar a que todos se sentaran para que empezara la cena. Estaba aburrida girando los cubiertos cuando alguien se colocó a su lado. Un chico de ojos verdes y una máscara blanca.

- ¿Qué…? –Ashlynn se irguió en su silla y carraspeó –Perdón por mis modales, pero ¿qué hace usted aquí?

- Soy invitado de honor. ¿Y usted?- dijo con una media sonrisa. Esto enfureció a Ashlynn, así que contestó con orgullo y desdén.

- Soy la hija del rey.

- ¿De veras? Así que pronto seréis reina…-dijo susurrando y pensativo. Se giró hacia la puerta, acabando la conversación.

Pero Ashlynn había oído perfectamente las últimas palabras de Dunkel y le agarró el brazo con fuerza.

- Repite eso.

- ¿El que, señorita Nuée? – otra ráfaga de reconocimiento sacudió a Ashlynn. Le resultaba tan familiar su voz… como ¿un sueño?

- ¿Por qué dices que seré reina pronto?

- Oh, ¿no es ese el motivo de la celebración? Si no es así, lamento mi error, pero tenía entendido…

El golpe de la mano de Ashlynn al estrellarse contra la mesa interrumpió a Dunkel, que, sin perder la sonrisa, se llevó su vaso a los labios.
Ashlynn tomaba consciencia de que su vida se le escapaba de las manos, que su niñez estaría muerta de aquí unas horas, y no le gustó nada. Apartó la silla asustando a los invitados que tenía cerca y cogió a Dunkel por la camisa.

- Dile a mi padre -dijo gravemente y con rabia -, que yo jamás seré reina. Jamás.

Dejó a Dunkel con la sonrisa en la cara y corrió por los pasillos de piedra, ahora vacíos, hasta su habitación. Se estiró en la cama y lloró contra el cojín, que mitigaba los gritos de cólera de Ashlynn.
No sabía cuánto rato había permanecido así. Podría haber dicho que eran días, horas, o minutos, sin saber con exactitud la respuesta. Solo supo que un ruido en el umbral de la puerta la hizo levantarse.

- ¿Quién es?

Las sombras cubrían la silueta alta y delgada que caminaba hacia ella. Ashlynn cogió el espejo para tener algo con lo que defenderse, aunque dudaba que un trozo de cristal sirviera de mucho.

- ¿No me reconoces, Ashlynn? ¿No me querías tanto?

Ashlynn retrocedió sin entender nada, con el espejo entre ella y el intruso. Cuando la sombra se colocó a la luz de la antorcha se descubrió su identidad.

Dunkel.

- Dunkel, ¿cómo has llegado hasta aquí?

- Ashlynn, te conozco desde pequeña. Siempre he sabido dónde estaba tu cuarto - sus manos se posaron a la cinta de la máscara, y empezó a desatarla con ritmo acompasado, sin dejar de avanzar.

Ashlynn no dejo de retroceder. Pronto llegaría hasta Heit y el balcón de piedra.

- Dunkel. Sal de aquí. Mi padre…- pero Ashlynn se quedó sin respiración. Dunkel se había quitado la máscara, revelando un rostro blanco como la nieve. El mismo rostro de piedra que su estatua, Heit, tenía – No puede ser… ¿Heit?

Se giró adivinando lo que encontraría. Heit no estaba allí. Cuando se volvió, Dunkel estaba a centímetros de su rostro.

- Así es, mi querida Ashlynn. Dunkel, Heit, Dunkelheit, lo que prefieras.

La chica aguantó la respiración de la turbación. Temblaba de miedo, de angustia, porque a pesar de ser Heit, no era él. No era la estatua a la que ella amaba. Con rapidez, estampó el espejo en la cabeza de Heit. El vidrio le salpicó la cara, haciéndole leves cortes. Heit sin embargo, no se inmutó. Pero al girar la cabeza produjo el sonido de piedra contra piedra.
Heit la cogió por los brazos y la lanzó balcón abajo, acabando con sus sueños a medianoche.


Abrió los ojos y se incorporó de golpe, con violencia, respirando entrecortadamente. Las sábanas estaban arrugadas en torno a ella, como en su sueño. Pero esta vez sabía que se había movido, porque tenía perlas de sudor por el cuerpo, como si hubiese corrido quilómetros. Fuera era todavía oscuro, pero los pájaros empezaban a cantar, así que pronto vendría la criada con el desayuno a despertarla. Se dejó caer a la cama y se fregó los ojos, para quitarse la pereza. Esta vez recordaba a la perfección toda su pesadilla.
Dunkel, Heit, el baile de máscaras… Era difícil de creer que lo había soñado todo. Sabía que el miedo había sido real, porque aún lo notaba en sus venas, pero no había otra explicación posible. Miró hacia el balcón, esperando ver al Heit de piedra. Pero lo que vio fue a un Heit de carne y hueso, con una sonrisa amplia en la cara y color en las mejillas. Por alguna razón, Heit no le infundió miedo ni desconfianza, solo una cálida sensación de reconocimiento y afecto.

- Heit.. ¿Eres tú, Heit? ¿Eres tú de verdad? - Heit asintió y separó los brazos. Ashlynn corrió hacia él y se fundieron en un abrazo de verdad, acogedor.

Ashlynn abrió los ojos y vio, por encima del hombro de Heit, un cielo rubí, con una luna carmesí al centro. Pero por alguna razón que no lograba recordar, no le importaba. Sonrió mientras cerraba los ojos y se aferraba a Heit como si fuera su única salvación.






Alemania


Viveka tocaba el arpa con los ojos cerrados, disfrutando de los sonidos arpegiados que las cuerdas producían. Sus manos, blancas como la nieve, se movían con agilidad y destreza, rápidamente. Casi no se distinguían las puntas de sus dedos.
La puerta de su habitación se abrió al mismo tiempo que Viveka tocaba una nota errónea en el arpa. Crispó su boca en una mueca de enfado y aún con los ojos cerrados, habló.

- Creo haber dejado claro que no quería que me molestaran.

Abrió los ojos y los fijó en la persona que había entrado, uno de los criados. El susodicho se encogió de miedo ante la fuerza que destellaba la mirada de Viveka, porque a pesar de tener los ojos muy claros, herían como la más afilada de las navajas.

- Lo siento, se..señorita Viveka. Han traído u-un regalo pa-para usted - tartamudeó.

Viveka se levantó del sillón del arpa y fue hacia la chimenea, moviendo la madera para avivar el fuego.

- ¿Qué tipo de regalo?

- U-uno del rey de Fra-ancia. Di-dice que perteneció a su-su hija.

- Traélo.

El criado hizo una torpe reverencia y se fue. Viveka alzó los ojos al cielo, y se recordó que debía comentarle a su madre la incompetencia de sus criados. Al cabo de cinco minutos entró el criado con una figura de la medida de un hombre tapada con una manta roja. La dejó al lado de la ventana y le entregó a Viveka una carta que leyó en voz alta.

- Querida señorita Feuerstelle.

“Ha llegado hasta mi reino la noticia de que pronto seréis reina. Primero de todo desearía darle mi más sincera enhorabuena, y desearle un futuro próspero y triunfante. Le doy este regalo, que perteneció a mi fallecida hija, como regalo de coronación. Espero que lo disfrute tanto como parecía disfrutarlo mi hija.”

“Larga vida a la reina Viveka, se despide

El rey Nuée, de Francia”

Viveka miró el gran cuerpo oculto por la sábana grana, notando como la curiosidad bullía en su interior.

- Posdata: el escultor decidió ponerle nombre al muchacho de piedra y pidió explícitamente que jamás se le cambiara. Se llama Dunkelheit.

Caminó hasta la estatua y tiró de la manta. Apareció un chico de piedra con expresión triste en los ojos y una postura relajada pero abatida. Viveka giró la cabeza a un lado y sus ojos escrutaron la piedra.

- Qué peculiar… ¿Dunkelheit no es oscuridad en estas tierras? –preguntó al criado sin apartar la vista de Heit. El criado farfulló un sí, asintiendo con fuerza repetidas veces. Viveka suspiró - ¿Qué me espera contigo, Dunkelheit?

Y aunque Viveka no lo percibió, los labios de Heit se curvaron en una sonrisa.


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