Hoy por primera vez
en un mes he cogido el tren que me llevaba a mi querida Barcelona. Me he
sentido una extraña, una intrusa entre sus paredes de metal, pero poco después
su encanto me ha acogido y me ha devuelto el gusto adictivo a coger el tren. He
vuelto a comprarme la tarjeta, ansiosa por tenerla entre mis manos, y he
llegado a Barcelona viendo la calle como si fuera por primera vez, con ojos de
niña, con sorpresa.
He ido al bar de delante de la parada del
bus para tomarme mi deseado café y la galleta de vainilla - la última que
quedaba - y justo al salir lo he visto.
El bus que debía coger cruzando la calle
hasta alejarse de mí.
Porque, estúpida de mi, había mirado el
horario de agosto, donde el bus salía un cuarto de hora más tarde.
Desde luego el verano atonta.
Maraya
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